martes, 27 de noviembre de 2012

Trabajo Práctico

http://www.youtube.com/watch?v=ZuFH7mRgLUU&feature=plcp

(Link de video con voz en off)

Texto escrito:



Pelotón.

Aunque iba poco de papá, ya existía una rutina.  Nos dirigíamos a su cocina y mientras hablaba con mamá en la mesa yo desarmaba en el suelo mi caja de soldados, sabiendo,  que no tenía sentido alguno. Progresivamente mis papás subían el tono, y, en cuanto giraba mi cabeza ambos estaban rojos como tomates y llenos de venas por la cara. Era entonces cuando mamá me levantaba y me llevaba al living a los empujones. Pateando, unos momentos después, todos mis soldaditos por el costado de la puerta.
            Acá sucedía lo extraordinario. Mientras me quedaba solo en la inmensidad del living, y lo único que escuchaba eran los gritos de mis padres, el corazón parecía que se iba a salir volando del cuerpo y en lo único que pensaba era en jugar con mis soldados. Como la despedida de mamá me la avisaría el rechinar de su silla, me podía anticipar a cualquier sorpresa. Los organizaba en la gigantesca mesa y comenzaba. Era uno más en el pelotón.
            Me encontraba detrás de la trinchera. Uniformado: enorme casco, pintadas en el rostro y arma en mano. Nunca pude volver sentir como lo hacía entonces. La emoción se traducía en ganas de, entre llantos,  correr y gritar  pero, sobre todo, de derrotar al enemigo y sabía que no podía echarlo a perder. Asomé mis ojos por la fortaleza y  se dirigían hacia nosotros desde el páramo. Si bien, en cantidad, eran considerablemente menos que nosotros, nadie ignoraba su basta experiencia en combate. Era su general y, como tal, me haría cargo de todos mis soldados.    
Eran enormes y aunque las nubes cubrían su cuello y rostro, divisé en uno de los dos, rasgos de mujer. Mientras avanzaban hacia nosotros, producían intolerables gritos y temblores en la tierra que afectarían la puntería de mi pelotón. Sabía que si llegaban a nuestra base, no tendríamos posibilidad alguna, así que, ordené que comenzara el fuego igualmente.
Los disparos fueron muchos más directos de lo que creí pero no generaban daño alguno. Por momentos descendían la velocidad, pero su paso, conjunto con sus gritos, seguían siendo constantes y en menos tiempo del que esperaba los teníamos  a una considerable cercanía. Solo nos quedaba una última posibilidad, y al ver terminada la mayor parte de nuestras municiones, supe que era momento de utilizarla. Di la orden, y, al detener el fuego, los gigantes aceleraron su marcha. Me informaron que ya estaba todo listo y ordene que la acción sea ejecutada . Adelantándose de las trincheras se encendieron las mechas de  más de una docena de cañones. El ataque fue casi instantáneo, más de la mitad impactaron en el vientre de quien supuse, era hombre sin causarle efecto, pero el resto, sin contar los perdidos en tierra, fueron a parar a las piernas y tobillos de la mujer. De pronto se barajo una posibilidad que no estaba entre mis posibles predicciones. La mujer comenzó a tambalear,  adelantando una inevitable  caída encima nuestro. Ordené que se despejara el área pero ya era demasiado tarde.
 El sonido de su caída, el del rechinar de una silla, me devolvió al living. Junte mis manos y lance de un movimiento mis soldaditos al suelo. Si papá se enteraba que jugué en la mesa del living, realmente me mataba. 

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